domingo, 19 de febrero de 2017

Dánae y la química de la lluvia de oro

En aquellos remotos tiempos en los que los humanos convivían con dioses y demás seres mitológicos era muy sencillo saber que te deparaba el futuro. No había más que hacerle una visita al oráculo más cercano para despejar las dudas. Así, con un 100% de efectividad. Por eso, Acrisio, rey de Argos, preocupado por su falta de descendencia masculina, se acercó un buen día a Delfos. Me permito recrear la escena con alguna licencia:
- Oiga, quería saber si voy a tener algún hijo.
- De tu simiente no brotará vástago alguno.
- Pues vaya. 
- Mas del femenino fruto que te dio Eurídice florecerá a su vez un retoño varón. 
- Bueno, menos da un piedra, por lo menos tendré heredero.
- El heredero te matará.
- ...


Como os podéis imaginar Acrisio no salió dando saltos de alegría e intentó arreglar las cosas como se arreglaban por aquel entonces. No, no mató a su hija si eso es lo que habéis pensado. Fue lo suficientemente “considerado” como para meterla en una cámara de bronce donde no podría tener contacto alguno con el sexo masculino. Pero el rey no contaba con que el eco de la belleza de Dánae, que así se llamaba la hija en cuestión, llegase hasta el mismísimo Olimpo.

Zeus, el todopoderoso dios de los cielos, quedó prendado de la belleza de la princesa. Algo que tampoco se le debería de subir a la cabeza a la muchacha si tenemos en cuenta la promiscuidad del susodicho. Para que os hagáis una idea, las lunas de Júpiter llevan nombres de sus amantes y el planeta tiene, nada más y nada menos, que 67 (no os asustéis, si ningún astrónomo me corrige, en el trigésimo tercer satélite los amoríos se gastaron y tuvieron que recurrir a los nombres de sus hijas).

La cuestión es que donde Zeus ponía el ojo, ponía la bala, así que sólo le faltaba pensar cómo yacer con Dánae (sin el permiso de ésta, todo sea dicho). Y si hay algo que no se le puede negar al divino semental es que sabía cómo llamar la atención. Por ejemplo, a Europa la raptó convertido en toro blanco, a Leda la cortejó en forma de cisne y para desflorar a Calisto adoptó la figura de la propia diosa Artemisa. Con ese currículo no creáis que entrar en una cámara acorazada le supuso el menor esfuerzo. Pero había que hacerlo con estilo, la mediocridad es asunto de mortales. De modo que transformado en lluvia dorada se coló en la prisión de Dánae y la dejó encinta de Perseo (donde ponía la bala sembraba descendencia). Es ese preciso momento el que reflejó de forma magistral Tiziano en una de las obras que elaboró para Felipe II (Imagen 1).

Imagen 1. Dánae recibiendo la lluvia de oro (130 x 181 cm) de Tiziano (1560 - 1565). Fuente: Museo del Prado

Ahí tenemos a una sensual Dánae, entreabriendo sus muslos para recibir al dios, con cara de éxtasis si le hacemos caso a la web del Prado (que cada cual opine lo que quiera). En el otro extremo del cuadro, su criada corre como alma que se llevan las Moiras, a recoger el dorado regalo. Y con esas dos figuras se crean magníficas contraposiciones: la delicada blancura de la princesa frente a la oscura piel de la sirvienta, la juventud frente a la vejez o la mujer desnuda frente a la cubierta. Dánae recibiendo la lluvia de oro, toda una obra maestra y un hito en cuanto al desnudo femenino se refiere. Eso sí, pese al nombre, Tiziano no usó oro en esta composición.  Muy posiblemente el pigmento que da color a la lluvia es el ocre amarillo (FeO(OH)) o el amarillo de plomo y estaño (Pb2SnO4) tan habituales en la paleta del italiano.

Como veis, no solo el oro es dorado. De hecho, hay un puñado de compuestos químicos que pueden ofrecer ese color. Uno de ellos es el yoduro de plomo (PbI2), gracias al cual se puede crear una lluvia de oro de manera sencilla y sin intervención divina. El yoduro de plomo es una sal amarillenta de baja solubilidad que al flotar en una disolución acuosa crea el espectacular efecto que podéis ver en la Imagen 2.

Imagen 2. Lluvia de oro en un Erlenmeyer. Fuente: The Home Scientist

¿Cómo conseguimos que se forme ese sólido? Pues de manera muy sencilla: usando yoduro de potasio (KI) y nitrato de plomo (Pb(NO3)2), dos sales muy solubles. Así, al juntar dos disoluciones de estos compuestos químicos, estamos mezclando iones de plomo (Pb2+) y de yodo (I-), que al alcanzar cierta concentración precipitan para dar lugar a la lluvia de oro. La reacción sería la siguiente:

Pb(NO3)2 (aq) + 2KI (aq) PbI2 + 2KNO3(aq)

Si queréis más información sobre esta reacción en la web Education in Chemistry hay un excelente vídeo de Declan Fleming.

El fin de Acrisio

No considero que desvelar el final de una historia escrita hace más de 2500 años sea spoiler, así que os diré que la profecía del oráculo se cumplió. Eso sí, de una manera un tanto rocambolesca. Os invito a que descubráis como continua este mito en el que aparecen Pegaso, Casiopea, Andrómeda y muchos otros personajes que dan nombre a otras tantas constelaciones de nuestro firmamento, donde brilla inmortal esta fabulosa leyenda griega.


Post Scriptum
Como me parece una pena acabar sin enseñar alguna obra artística más en la que figure la unión entre Zeus y Dánae (que se pintó antes y después de que lo hiciese Tiziano), os dejo unas imágenes de una vasija ática del siglo V a.e.c (Imagen 3) y de un cuadro del inconfundible Klimt (Imagen 4).

Imagen 3. Cerámica griega de figuras rojas del museo del Louvre (s. V a.e.c.) Fuente: Wikimedia commons

Imagen 4. Dánae (77x83 cm) de Gustav Klimt (1907) Fuente: Wikimedia commons


Por @Oskar_KimikArte: “Esta entrada participa en la LXII edición del Carnaval de Química, alojada en el blog ‘Huele a Química‘ de @hueleaquimica

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